Opinar sobre arte hoy día es un deporte que algunos practican con ligereza. No hace mucho, en cualquier campo se requería de un periodo de aprendizaje para que el aspirante a desenvolverse en cualquier ámbito adquiriese los conocimientos imprescindibles para su práctica. La persona que enjuiciaba lo que tenía delante lo hacía en función a unos conocimientos adquiridos con el estudio y la experiencia.
Hoy, en unos tiempos en los que el arte ha sido absorbido por el mercado como una mercancía más, al mismo nivel que cualquier otra y sin más pretensiones que la de enriquecer al que está “al loro” de las tendencias y actualidades, es muy común encontrar la ignorancia donde se pretende hallar la respuesta. No ha de extrañarnos que alguien nos diga que tal o cual pintor es “lo último” como si hablase de una prenda de vestir o un vehículo deportivo. Y lo peor no es esto, sino que cuando uno tiene el placer de conocer al tal o cual artista de éxito, observa atónito como se comporta igual y con la misma solvencia que un vendedor de prêt à porter: No dudan de la calidad del producto ofertado. Lo tienen claro y además son exigencias del guión que dicta el mercado y devoran con avidez los consumidores. Si alguien cuestiona su propio trabajo: malo. No es bueno preguntarse por lo que uno hace, un cambio en la trayectoria del proceso de realización de una pieza es tomado como una debilidad, así andamos. El espejismo del “conocimiento innato” arrasa y confunde a una población deseosa de “genios” a los que devorar. El dicho “respeto su opinión pero no la comparto” habría que cambiarlo por “le respeto a usted pero su opinión no merece el respeto al que aspira”.